Ramé

Habitante del santuario animal

Mía, Brownie, Gea y Blue fueron los primeros cuatro conejos que llegaron al santuario.

Los dejó temporalmente una pareja de voluntarios que, aunque los querían mucho y les prestaban muchas atenciones, pensaron que aquí tendrían más espacio hasta que ellos se independizaran y pudieran vivir en una masía donde ofrecerles un lugar amplio donde pudieran verlos correr y jugar felices. Eran dos machos castrados y dos hembras, o eso nos dijeron… Por eso nos sorprendió tanto cuando Mía dio a luz a sus siete bebés. Lo hizo en una madriguera y los mantuvo a salvo escondidos hasta que empezaron a salir por su propio pie. Tras un largo debate entre nosotras, en el que una parte exponía que no debíamos intervenir, pues Mía parecía ser una muy buena madre y las crías sólo necesitaban su protección y leche, y la otra parte tenía miedo de que hubiesen nacido bebés enfermos o incluso hubiesen muerto, decidimos desenterrar la madriguera y mirar cuántos hijos había tenido y si estaban todos bien.

Suerte que la segunda parte convenció a la primera. Vimos que de los siete bebés, algunos eran notablemente más grandes que otros y que había uno especialmente débil. Para asegurarnos de que todas sus bebés mamaban, separamos a Mía y la mantuvimos en una habitación junto con sus hijas. A veces teníamos que apartar a algunos de los gazapillos más grandes y glotones y colocar en su lugar a los chiquitines. Todo iba bien pero la cosa se iba a complicar más…

Apenados porque Mía no pudiera disfrutar del aire libre, la soltamos en su recinto entre dos tomas para que pudiera correr y disfrutar del sol. Uno de sus compañeros conejo la atacó brutalmente y tuvo que ser llevada de urgencia al veterinario donde la operaron. Tuvieron que ponerle varios puntos, interna y externamente. Además perdió una mama.

Decidimos comprar leche para los bebés por si Mía no se sentía con fuerzas de seguir amamantándolos pero no fue necesario, seguía haciéndolo y ese vínculo suponemos que le daba fuerzas para seguir viviendo a pesar de las heridas. ¡Era una madraza! Así todos los bebés fueron ganando peso, día a día, algunos a ritmo más rápido, otros más lentamente. Ramé seguía siendo el más débil y crecía poquito, pero se iba espabilando. Lo suplementábamos con una papilla especial recetada por el veterinario.

Pasó el tiempo y ya comían por sí mismos, pienso, heno, verdurita fresca… Lo devoraban todo y seguían creciendo. Un día Ramé no comió. Decidió quedarse en un rincón sin moverse. Lo llevamos a la clínica veterinaria y allí murió minutos después de entrar en la consulta.

Su nombre, Ramé, significa algo que es caótico y hermoso al mismo tiempo. Como su vida, desordenada por los infortunios pero bella, junto a su familia.

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