Alai
Habitante del santuario animal
Alai llegó al santuario siendo un pollito de pocos gramos de peso. Cabía en la palma de nuestras manos. Llegó junto a su hermana Haru. Hacía unos días que habían rescatado y traído al santuario a unas gallinas. Quien las trajo dijo que por error había separado a una madre de sus dos pollitos, así que le pedimos que nos los trajera para que la familia no quedase separada. No sabemos si fue un error o la separación fue demasiado larga, pero ambos pollitos fueron rechazadas por quien se creía que era su madre y por el resto de gallinas. Los hermanos siempre iban y hacían todo junto, separados del resto. Cuando empezó a hacer más frío, el hecho de dormir juntas y pegaditas no fue suficiente para conseguir regular su temperatura corporal durante las noches. Una mañana Alai se despertó torpe, parecía mareado, le costaba mantenerse en pie. Llamamos a la veterinaria pero nos dijo que no sobreviviría.
Decidimos meterle en una cámara con un calefactor, para mantenerlo caliente y le íbamos pinchando suero para mantenerlo hidratado. Aunque Haru parecía estar mucho mejor, decidimos no separarles. Así llegó al día siguiente. Durante el invierno los mantuvimos en la habitación y con la llegada del calor íbamos sacándolos al sol durante las horas más cálidas. Llegó el día que estuvieron fuertes para regresar a su recinto y volvimos a soltarlos allí de forma definitiva. Alai sufrió una infección coronaria que afectó a sus vías respiratorias. Tras un larguísimo tratamiento perdió la visión de un ojo, que le ha quedado cerrado para siempre. Es una enfermedad crónica que mantiene latente y puede despertar y causarle la muerte en cualquier momento.
Aunque sigue siendo el gallo más pequeño de tamaño, Alai se ha convertido en un apuesto gallo, desgarbado pero hermoso. Aunque no nos teme, ha perdido la confianza que nos tenía de pollito, cuando a pesar de todo el martirio de los tratamientos que le dimos, curas, pinchazos, gotas, etc, seguía yendo tras nosotras y subiéndose encima nuestro, acurrucándose en nuestras manos durmiéndose allí entre caricias. Alai sufre el acoso de los demás gallos, no tiene el temperamento fuerte de los demás y hasta hace relativamente poco no empezó a cantar. Le costó coger voz, hacía muchos “gallos” intentándolo hasta que lo consiguió. Ahora nos despierta cada día con su voz desde las ramas de un árbol cercano a la masía donde duerme.
Alai, tímido, retraído con las demás aves, independiente, decidió cambiar de recinto y ahora pasa el tiempo con las rumiantes.
Siempre se le vio cariñoso y contento a pesar de sus dolencias y por eso su nombre, Alai, significa alegre.
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